Reinos se levantan y reinos caen

¿Por qué caen los imperios? Muchos se han hecho está pregunta, sin duda. Lo hizo Nabucodonosor, lo hicieron los hijos de Alejandro Magno, ¿Menem lo hizo? Lo hizo el Japón y Quebracho también, Gorvachov y Luis XVI. A algunos les resulta imperioso saberlo, para defender sus privilegios; a otros para hacerlos caer.

Al respecto, puede resultar curioso analizar la caída de uno de los grandes imperios de la historia humana, el mayor de todos en extensión, y quizás el mayor de todos en el arte de revolucionarlo todo. El Imperio británico.

Aparentemente, todo viene a indicar que el hecho fundamental que tuvo por efecto la degradación final de la Britania y el ascenso del actual gran Imperio, Estados Unidos, consistió apenas en un error pequeño, en una imprevisión. No sería justo minimizar en este terrible resumen, la mediación de la guerra fría que polarizó el mundo antes de estos días.

Pero volviendo a lo que nos ocupa, corría el año 1810 y aún se vivía el impulso de la primera revolución industrial. Bajo su influjo, el viejo Durand, un comerciante entusiasta que había hecho fortuna durante la última década de las luces, desarrolló un magnífico invento. Pergeñó el viejo un artefacto de hierro que prometía hacer perdurar su fortuna. Mejor que eso, prometía su invención hacer duraderas las bases mismas de sus riquezas.

La aplicación práctica de los simples conocimientos físicos, se nos ha dicho en los manuales escolares, fue la clave de los adelantos técnicos de la época. Pero no se ha insistido tanto, quizás, en otra clave: toda esa técnica, y toda esa ciencia, y todas las promesas mecánicas, si aseguraban la fortuna a Durand, resultaron ser poca cosa para asegurar la fortuna del país.

El pequeño- aunque por esos tiempos gran- invento era nada más y nada menos que la lata de conserva. La grandiosa lata que el tío Sam le enviaría a PopEye, la grandiosa lata que estamparía Warhol in your face. Una lata, maravilla moderna.

Carne enlatada para aquí, y carne enlatada para allá. Siete años después se encontraba Peter Durand exportandola a los Estados Unidos de América. El negocio creció, y creció concomitantemente su ya abultada fortuna. El poderío mismo del Imperio pasó a depender de las inmensas fábricas que instaló nuestro inventor en Liverpool. Se cuenta de un noble galés quién quitó el león rampante de su escudo, para plasmar un tarro de hojalata en el centro del mismo.

Pasó el tiempo y murió Durand rico y poderoso. Años más tarde, aceitados ya los engranajes de las segunda revolución, y habidas muchas crisis a lo largo y ancho de Europa, se desataría a este lado del Atlántico una sangrienta guerra. La Guerra de Secesión, en que la unión se vió envuelta, enfrentada por serias divisiones. Allí, cincuenta y un años después de que el viejo inventara la lata, se comprendió que el olvido - o la imprevisión más bien- de un minúsculo detalle puede echar por tierra las aspiraciones más altas de progreso del hombre.


Sucedió algo francamente maravilloso, pues los soldados que se hallaban en el frente de batalla, fatigados y hambrientos, recibían latas de conserva provenientes de Liverpool. Ellos realmente necesitaban, desesperadamente necesitaban esos alimentos asi conservados, los únicos que podían llegarles hasta las líneas del frente, fácilmente trasportables. Pero se dieron cuenta en su premura, cuando se vieron en la necesidad de hacerlo, que no tenían manera de abrir las latas.

Muchos hubo que, en la locura propia de la guerra, comenzaron incluso a imaginar que no había nada dentro de las latas. Desesperados, como ya he dicho, intentaban casi siempre en vano abrir las latas con sus bayonetas, con piedras y sables. Estos intentos, incluso cuando tuvieron relativo éxito, dieron lugar a una multitud de situaciones por demás dramáticas. Soldados expuestos ante el enemigo, con su bayoneta clavada en una lata. Soldados que, exhaustos de fracasar, arrojaban latas al enemigo con sus cañones. Soldados que arrojaban cañonazos de latas contra las rocas, en la esperanza de alimentarse.

Como se sabe hoy, nadie podía imaginar antes que tal desastre mediara, imposible era concebir entonces si aún a nosotros nos resulta difícil, lo fundamentalísimo que resulta un abrelatas. Fue a partir de que un paisano de los estados del norte de la unión patentara el primer abrelatas, que el mundo entero dio un vuelco. No hace falta que de más la lata, pues obviamente este hecho fue decisivo en la resolución del conflicto armado, y luego para dañar de muerte al orgullo británico y todo su poderío y para encumbrar finalmente a la potencia mundial que hoy por hoy extiende sus garras sobre el mundo.



gracias Phedor!