La cola del perro

Si fuera posible retroceder en el tiempo volvería, sin pensar dos veces lo digo, volvería al momento en que me disponía a empezar estas líneas. Ese es el instante trascendental. Era importante empezar bien y entonces el resto fluye. Cuando se empieza mal, qué turbio se vuelve todo enseguida. Despés te deprimís antes de confesarlo. Antes de reconocer que ya habías comenzado mal. Y ahí ya no hay vuelta atrás. Rompés las pruebas de tu error si te es posible. Si el trabajo te lo encargaron, pensás:- ¡qué tonto fui!- y que no debiste aceptarlo y que si algún día cumplirás con las expectativas. Dependiendo del tiempo que te reste para cumplir con el trato y si has tenido un buen día o no, es posible que llores, que llores desconsoladamente. Pero si tenés esa suerte, al cabo de un rato se aliviará algo tu estado nervioso y te considerarás digno de una nueva oportunidad.
-No había dormido lo suficiente después de todo- pensás. -Me voy a echar una siesta, es todo-
Con el dorso de la mano secas tus lágrimas y con tus dedos presionando levemente tus lagrimales y la cabeza gacha dejás correr los segundos. Tragas saliva y tu respiración se normaliza lentamente.
Entonces vas a acostarte y tu sueño es superficial. Pero una clara sucesión de imágenes que va emergiendo te arrastra tomado de la cola del pequeño barrilete que una vez fabricaste con tu abuelo, llevandote a través de la amplia llanura con que tantas veces soñaste. Al entrar en el comedor de tu antigua casa tomas asiento sin soltar el barrilete. Le pedís jugo al gato con botas, que está en frente tuyo murmurando algo entre dientes. Pero al levantar éste la jarra para complacerte, se convierte repentinamente en ratón. El jugo se derrama y estropea al barrilete. Te reprochas nunca recordar bien esos cuentos de la infancia, armás cierto escándalo y juras no volver a poner un pie en esa oficina. Cruzás la calle sin mirar.
- Que miren ellos, que esperen ellos. Y si no, ¡que me pisen!; para qué gritan tanto si a fin de cuentas, voy a cruzar como quiera de todos modos- Tocan bocina. -El barrilete era nuevo- Un peatón en la esquina te mira extrañado. -Que se busquen a otro- .Vuelven a tocar bocina y te das vuelta enfurecido.
Pero solo se trata de tu abuelo que te llama sonriendo. Tiene un barrilete nuevo en las manos. Corrés a buscarlo.
Sentís que nunca habías sido tan feliz. Te acercás a tomarlo, pero tu abuela lanza un grito espantoso. Tu abuelo se ha convertido en ratón, y escabulléndose entre los autos se arroja perdiéndose en una alcantarilla.
En la oscuridad de la habitación iluminada leve e irregularmente por un velador, la luz similar al reflejo de un cristal de cinc resalta vacilante unos pocos colores, suficientes para despertar la imaginación, como en las fotografías de Aguiar, dándole al conjunto el aspecto fantasmagórico de los cielos tormentosos, y allí resuena como un trueno tu exclamación de horror. Automáticamente, con el mismo impulso del alarido, te sentás en la cama de un salto.
Una vez compuesto, te dirigís a tus papeles, que dejaste en la sala agradecido de empezar finalmente a trabajar y sacudirte la desagradable sensación de una pesadilla que casi no recordás.

Las máscaras de la angustia

“Y me he preguntado: si Dios existe ¿por qué pasa de largo? ¿No será ateo Dios?” E. Galeano, 'Las caras y las máscaras'

Quizás; quizás Dios no cree en sí mismo como vos y yo lo concebimos: Una descomunal máquina invisible y omnipresente, que funciona a piacere si tan solo se introduce una moneda vieja y difusa de fe, de velas, de ritos, obligaciones, o simplemente monedas. Funciona bien con dólares y mejor aún con euros. Esto representa un claro beneficio para todos nosotros y demuestra la suprema bondad divina, la cual solo interviene en el mundo cuando a nuestro destructivo sentido de la oportunidad, tan desarrollado en nuestro tiempo, resulta esencial.
Sí, esto es lo que de Dios concebimos tantos, y sin embargo, Dios se niega a creer en Él. ¿Por qué permite ciertas cosas…? Cosas oscuras, de las que cuesta hablar sin que se ponga la piel de gallina, o sin dejar escapar casi involuntarias lágrimas de dolor. Cosas que no comprendemos. ¿No quiere Dios ser un parche para el inmenso y sufrido globo de nuestro entendimiento? ¿Ser nuestra excusa, nuestra máscara?
Ni parche, ni infalible máquina de los deseos, ¿creerá acaso Dios que es una persona? ¿Creerá acaso que las cosas que hacemos los hombres tienen algún valor, que un solitario llanto merece ser aliviado por el ungüento de la compasión, y que toda risa de niño no es apagada por ningún estruendo de armas?
Se me hace que Dios se ha vuelto ateo porque lo banalizamos. Que únicamente demuestra su suprema inteligencia negándose a creer en un dios que es tan poco, tan inferior a sí mismo. Y que prefiere disfrutar al ver florecer la vida sobre la tierra. Que aún llora como nosotros por el embate de la muerte y por ver que no entendemos. Quizás la diferencia es que no se asusta como nosotros. Porque ve que su plan marcha y que a la muerte le llega su hora.