El síndrome W - Crónica de una autoexclusión

La profesión médica parecería poseer poderes magnéticos. No solo porque anualmente atrae grandes cantidades a sus filas, sino fundamentalmente por su capacidad para repeler a sujetos dueños de una personalidad atrayente. En otros tiempos, cuando el Gobierno sostenía una educación pública fuerte, era capaz de repeler a un joven tenaz con el impulso suficiente como para atravezar toda América en plan libertario.
Luego, la gran mayoría de médicos tenaces eyectados del ejercicio médico solo sintieron un impulso moderado, que los condujo a hacer respetables ridiculeces en televisión, negocios inlimpios con profanadores sirios, o bien al ejercicio de cargos públicos.
Uno de esos funcionarillos cuyo nombre no reproduciré, aunque sea de público conocimiento, por respeto a su familia y falta de experiencia en cualesquiera placeres morbosos, ha merecido la presente publicación con el sólo objeto de aclarar uno o dos misterios.

Hacia fines de la década primera de este siglo, su nombre se vió asociado a un plan de la Autónoma para hacer desaparecer los neuropsiquiátricos de la ciudad, con el objetivo de concretar grandes negocios inmobiliarios. Por ese tiempo, y aún a precio de su completo desprestigio, este médico defendió el proyecto públicamente. Mantuvo controversias frente a cámaras de televisión, en las cuales la magnífica labor de edición le garantizaba una victoria en cada emisión. Aún este mismo periódico publicó una nota en la que el médico declaraba algo nervioso al ser presionado por el entrevistador (* véase nota al pie del artículo):
"Más adelante habrá tiempo para pensar en dónde se atenderán las patologías de los locos (sic). Ahora nos urge la necesidad de desalojar estos monstruos medievales para cumplir con las recomendaciones de la Organización Inmobiliaria para la Salud (sic). Los medios quieren crear la sensación de que solo nos importa la gente pero le vamos a demostrar lo contrario (sic). Venimos trabajando junto a Mauricio en la construcción (sic) de la ciudad que queremos. Nuestro lema es 'Haciendo Buenos Aires' porque estamos convencidos de que antes de nosotros no hubo nada (sic) y si cuando nos vamos dejamos algo, esa ya es un milagro." (¡sic!)
Este nefasto personaje ha atraído nuevamente la atención de la prensa por haber sido nebulosamente vinculado a un episodio ocurrido el sábado próximo pasado.
Aproximadamente a medianoche, un joven se comunicó telefónicamente con la estación de bomberos informando que había visto por lo que en otro tiempo fuera el barrio de Palermo a un chimpance disfrazado de maestro corriendo , y saltando por lo árboles.
El simio no fue hallado. Si embargo, causó cierta alarma al día siguiente la publicación de una nota acerca de un robo extraño perpetrado aproximadamente a la misma hora. Una anciana del barrio de Boedo reportó haber visto al primate, afirmando además que el mismo le había sustraído una bolsa de cemento del patio de su casa.
Dos extraños sucesos más completaron esa noche el críptico capítulo de las publicaciones dominicales sembrando el desconcierto por doquier. Al cierre de las ediciones la policía informó, para maravilla de muchos, que aquel viejo y olvidado funcionario estaba detrás de estas malígnas señales. Eso es todo lo que se supo hasta hoy.
El martes por la tarde, en un enorme esfuerzo de investigación, logramos desde esta publicación dar con el paradero del sujeto. Entonces corrí a entrevistarlo; es decir, volé, pues tuve que trasladare a Comodoro Rivadavia.
Ahorraré al lector el relato de los dos primeros episodios por boca del protagonista. Bastará con el resto y con la previa aclaración de que el anciano médico padece del vulgarmente conocido como Síndrome Winchester. Se trata de una compleja patología alucinatoria en cuya etiología incide de manera decisiva la culpa acumulada debido a la prolongada exhibición de una falta de escrúpulos fuera de lo común. Se la conoce con ese nombre en memoria de Sara W., a quien enloquecieron los fantasmas de nativos americanos a los cuales su apellido había contribuido a exterminar.

El relato sin censuras:

"No se vaya. Se lo suplico. Prefiero estar con un periodista antes que con ellos. Yo... este... ¡ah! Luego del cemento discutí con ellos. Les expliqué que yo no sabía construir. Que a lo sumo podía firmar un proyecto pero los espíritus de esos locos no me dejaban en paz...¡malditos!
Prendí un cigarro, y entonces oí que alguien se reía y se juntó mucha gente alrededor. Los loc... ellos me obligaron a caminar imitando a un gorila, no, eso ya se lo conté, pero es que por mi aspecto y en la oscuridad de la noche, algunos me tomaron por un mono auténtico ¡Tontos! Pensaron que yo era auténtico... (un sólo sic). Y al verme fumar se rieron con ganas, y la mayoría eran turistas porque eran las tres de la mañana y estaba en Plaza Congreso. Me enojé enton..., me enojé con los lo... con ellos, - ¡Dejen de avergonzarme! grité y todos se callaron. Y cuando me paré y vieron mi cara, habrán pensado que era un pobre, porque se asustaron mucho y se fueron enseguida. Excepto por una pareja italiana que al verme exclamaron ¡Un mono que fuma y habla! Llamaron a Crónica y yo me apuré a desaparecer de ahí.
Desesperado, me dirigí a mi última esperanza. Fui a los pies del monumento a Juan de Garay. Supe que él comprendería. Había tenido menos escrúpulos que yo. Le rogué a grito pelado que atravesara con su espada a los... locos, ¡locos!,que me persiguen día y noche para hacer justicia sobre mí. No me respondía, pero yo oía sus voces, cada vez más perturbadoras.
Se congregó un cierto número de expectadores y comencé a pedirle a Don Juan que me matara a mí.
En eso estaba cuando llegó una ambulancia. En una noche había escapado de los bomberos, la policía y la televisión para caer en las garras de unos enfermeros, ¡maldita medicina! Esos me llevaron a un hospital unas horas e informaron que yo era un predicador callejero, un mendigo histérico que intentaba convertir a un monumento histórico.
Todavía siento las burlas de mis perseguidores, es desesperante.... Luego de robar, haber alterado el orden y actuado como un animal salvaje, me detuvieron unos médicos por considerarme demasiado religioso, y oirme hablar de confesiones y autosacrificio. Estoy avergonzado... No se cuanto tiempo pueda tolerar esto... Usted me entiende.."
El desdichado exfuncionario fue posteriormente trasladado a Cómodoro Rivadavia -dónde dio esta entrevista exclusiva- de acuerdo al sistema de exilio de personas con sufrimientos psíquicos que el mismo impusiera en la Autónoma.
* Al parecer, el periodista era un muchacho muy joven, y no comprendió la decisión del entonces editor de despedirlo debido a que "el empleo excesivo de SICS resulta grosero y exhibe un pésimo gusto".

La cola del perro

Si fuera posible retroceder en el tiempo volvería, sin pensar dos veces lo digo, volvería al momento en que me disponía a empezar estas líneas. Ese es el instante trascendental. Era importante empezar bien y entonces el resto fluye. Cuando se empieza mal, qué turbio se vuelve todo enseguida. Despés te deprimís antes de confesarlo. Antes de reconocer que ya habías comenzado mal. Y ahí ya no hay vuelta atrás. Rompés las pruebas de tu error si te es posible. Si el trabajo te lo encargaron, pensás:- ¡qué tonto fui!- y que no debiste aceptarlo y que si algún día cumplirás con las expectativas. Dependiendo del tiempo que te reste para cumplir con el trato y si has tenido un buen día o no, es posible que llores, que llores desconsoladamente. Pero si tenés esa suerte, al cabo de un rato se aliviará algo tu estado nervioso y te considerarás digno de una nueva oportunidad.
-No había dormido lo suficiente después de todo- pensás. -Me voy a echar una siesta, es todo-
Con el dorso de la mano secas tus lágrimas y con tus dedos presionando levemente tus lagrimales y la cabeza gacha dejás correr los segundos. Tragas saliva y tu respiración se normaliza lentamente.
Entonces vas a acostarte y tu sueño es superficial. Pero una clara sucesión de imágenes que va emergiendo te arrastra tomado de la cola del pequeño barrilete que una vez fabricaste con tu abuelo, llevandote a través de la amplia llanura con que tantas veces soñaste. Al entrar en el comedor de tu antigua casa tomas asiento sin soltar el barrilete. Le pedís jugo al gato con botas, que está en frente tuyo murmurando algo entre dientes. Pero al levantar éste la jarra para complacerte, se convierte repentinamente en ratón. El jugo se derrama y estropea al barrilete. Te reprochas nunca recordar bien esos cuentos de la infancia, armás cierto escándalo y juras no volver a poner un pie en esa oficina. Cruzás la calle sin mirar.
- Que miren ellos, que esperen ellos. Y si no, ¡que me pisen!; para qué gritan tanto si a fin de cuentas, voy a cruzar como quiera de todos modos- Tocan bocina. -El barrilete era nuevo- Un peatón en la esquina te mira extrañado. -Que se busquen a otro- .Vuelven a tocar bocina y te das vuelta enfurecido.
Pero solo se trata de tu abuelo que te llama sonriendo. Tiene un barrilete nuevo en las manos. Corrés a buscarlo.
Sentís que nunca habías sido tan feliz. Te acercás a tomarlo, pero tu abuela lanza un grito espantoso. Tu abuelo se ha convertido en ratón, y escabulléndose entre los autos se arroja perdiéndose en una alcantarilla.
En la oscuridad de la habitación iluminada leve e irregularmente por un velador, la luz similar al reflejo de un cristal de cinc resalta vacilante unos pocos colores, suficientes para despertar la imaginación, como en las fotografías de Aguiar, dándole al conjunto el aspecto fantasmagórico de los cielos tormentosos, y allí resuena como un trueno tu exclamación de horror. Automáticamente, con el mismo impulso del alarido, te sentás en la cama de un salto.
Una vez compuesto, te dirigís a tus papeles, que dejaste en la sala agradecido de empezar finalmente a trabajar y sacudirte la desagradable sensación de una pesadilla que casi no recordás.

Las máscaras de la angustia

“Y me he preguntado: si Dios existe ¿por qué pasa de largo? ¿No será ateo Dios?” E. Galeano, 'Las caras y las máscaras'

Quizás; quizás Dios no cree en sí mismo como vos y yo lo concebimos: Una descomunal máquina invisible y omnipresente, que funciona a piacere si tan solo se introduce una moneda vieja y difusa de fe, de velas, de ritos, obligaciones, o simplemente monedas. Funciona bien con dólares y mejor aún con euros. Esto representa un claro beneficio para todos nosotros y demuestra la suprema bondad divina, la cual solo interviene en el mundo cuando a nuestro destructivo sentido de la oportunidad, tan desarrollado en nuestro tiempo, resulta esencial.
Sí, esto es lo que de Dios concebimos tantos, y sin embargo, Dios se niega a creer en Él. ¿Por qué permite ciertas cosas…? Cosas oscuras, de las que cuesta hablar sin que se ponga la piel de gallina, o sin dejar escapar casi involuntarias lágrimas de dolor. Cosas que no comprendemos. ¿No quiere Dios ser un parche para el inmenso y sufrido globo de nuestro entendimiento? ¿Ser nuestra excusa, nuestra máscara?
Ni parche, ni infalible máquina de los deseos, ¿creerá acaso Dios que es una persona? ¿Creerá acaso que las cosas que hacemos los hombres tienen algún valor, que un solitario llanto merece ser aliviado por el ungüento de la compasión, y que toda risa de niño no es apagada por ningún estruendo de armas?
Se me hace que Dios se ha vuelto ateo porque lo banalizamos. Que únicamente demuestra su suprema inteligencia negándose a creer en un dios que es tan poco, tan inferior a sí mismo. Y que prefiere disfrutar al ver florecer la vida sobre la tierra. Que aún llora como nosotros por el embate de la muerte y por ver que no entendemos. Quizás la diferencia es que no se asusta como nosotros. Porque ve que su plan marcha y que a la muerte le llega su hora.

Monjecito de escalada

La discusión giraba esa noche en torno al personaje de un viejo tango. Estaban los que decían que solo era puro verso. Pero yo me inclino a dar la razón a Lito, que las sabía todas. Además, nunca había intentado engrupirnos, que yo recuerde.

-Yo lo conocí bien- dijo. - Si él fue quien me puso Lito, porque decía que para Felipito era más adecuado enrocar la L y la P. -

- Siempre te caracterizó la humildá- dijo Carlitos y nos hizo soltar la caracajada-

-No, es verdad. Y ahora que los veo así... lo más característico del pelado, para el que mucho no lo junaba, claro, era su risa. Cuando se reía se sacudía como si lo empujaran con violencia, y los hombros subían y bajaban mientras los brazos se expandían en un gesto de estallido- Lito actuaba para nosotros cada una de sus palabras. -Se encorvaba un poco - continuó-, como arrastrado por la gracia, como si le pesara mucho y entrecerraba los ojos mientras se le llenaba la boca de risa, todo a un tiempo. Una cosa increíble viejo, un espectáculo-.

- Si no me cuesta creerle que se volvían pesados con sus gracias- dijo Anita desde el mostrador.

- Cierto, pero el peso de los chistes, es como el peso de la evidencia Anita. -dijo Atilio, que en otros tiempos supo ser abogado.

- A ver, presente su testimonio- le contestó alguien.

- Un chiste es alguna tontería, a veces filosa como un cuchillo, a veces cotidiana, como unas huellas. Pero todas estas cosas se vuelven evidencias cuando convencen a uno de la absoluta necesidad de una historia. Un chiste siempre nos convence más que diez discursos- decretó- y no hace falta que les recuerde lo que todo el mundo sabe, que en todo chiste se esconde algo de verdad.

-A mi no me convence tanto su teoría, y bien dice que los chistes esconden la verdá: que el mundo es una desgracia.- Así opinó en su rincón don Manuel, uno de los clientes más viejos del bar.

Nos quedamos en silencio un rato pensando. Después volvimos a nuestra conversación original.

-Eso es precisamente lo que me hace ruido.- dijo uno. - Entiendo su risa, pero ¿Cómo se explica eso de su tristeza? - y entonó:

-"Tu cabeza baja, Tu paso lento

monjecito en el viento de tarde invernal

oyes cantar el recuerdo

de una infancia que guarda

como un convento gris, tu soledad-

-Cierto -dije-, es cómo si hubieran mezclado dos tangos: uno bien melancólico con una oda alegre:

Risa desmedida, loco'e contento

borras todo tormento con solo llegar

despues quedas en silencio

y en tus hombros descansa

el noble manto gris, de la amistad

Lito nos miró a todos y sonrió. -Los entiendo muchachos. Yo siempre me pregunte porque el manto debía ser gris. Pienso que su presencia alegre, sus silencios pensativos y sus estallidos de risa, estaban tejidos por igual, con el gris de los pensamientos profundos, de las tristezas lejanas.

Con estas palabras de mi amigo caí yo en la cuenta. Estuve allí un rato más; después pagué y me fui meditando. Una imagen clara me vino a la mente: de la misma manera que nos desesperamos a veces por no encontrar los lentes que tenemos puestos, sucede que las heridas y la soledad exigen de nosotros tomar conciencia de lo que llevamos puesto. La lealtad, la amistad, el amor, son livianos como una capa, y es fácil no darse cuenta que los llevamos. Me propuse entonces empezar a tejer -igual que el personaje del tango- con mis propias heridas un manto que me abrigase cuando me sintiera oscuro, hasta que la luz y la risa estallen de nuevo con el amanecer.

El secreto de los campos

Viajando por la provincia de Buenos Aires, entre alambres de púa, noté que me resultaba imposible en cierto campo contar las vacas, del mismo modo en que no se pueden contar la arena del mar o las estrellas del cielo. Me di cuenta que eran infinitas y que era cierto para ellas lo que se dice de las estrellas: que la única razón por la que no veía su cuero cubriendo por completo el horizonte era que también el campo, como los cielos, es infinito en Buenos Aires. Y acaso no estuviera viendo sino unas pocas vacas que existieron quizás hace cientos de años luz. Porque la quietud de estos animales se parece a la de las piedras, a los monumentos solares, a las rocas antiguas como el mundo, y más aún si fuera posible. - "Sí, algo sagrado hay en ellas"- pensé, porque siempre han sido vacas, menhires rodando en nuestra pampa, como huidas de sus santurarios.

Confieso que la estolidez de su rostro me confundió entonces, porque jamás hubiera dicho que tan aparente estupidez podría ser sagrada. Pero enseguida recordé otro rostro que bien pudiera confundirse entre aquellas estatuas. Me vino la imagen familiar de la matrona que atiende un barcito muy concurrido de mi barrio, con sus anteojos resbalando sobre la nariz, su expresión vacía, sus movimientos, sin embargo, veloces. Sus palabras escuetas -nunca más de las necesarias para dar instrucciones precisas al cocinero y cantar los precios- contrastan con el parloteo incesante a su alrededor y la agitación en la cocina. Meditando en ello ahora, me parece adivinar que sus movimientos mecánicos y su cara de nada son tal vez como una clave, como un secreto, una llave que guarda para ella, en medio de la continua tensión, el tesoro de su serenidad posible.


¿Quién de nosotros no ha aprendido la astucia de volverse una máquina para escapar de las heridas de todos los días, de la soledad, las preocupaciones y los miedos? Diría que acá en la ciudad, en estos tiempos que corren (¡y verdaderamente corren!), hemos aprendido a ocultar cuanto puso el Creador de sagrado en nosotros. La gloria eterna reposa escondida en nuestra cara de nada, nuestra vida mecánica, nuestras tardes rumiantes, nuestros corazones de piedra, nuestra cabeza de vaca, sin que comprendamos nunca que fuimos hechos para mostrar a todo el mundo esa gloria. ¡Y cuánta atención hay que poner cada día para sorprender un milagro en una mirada!


Y en esos austeros ojos de vaca, que saca la lengua como un limpiaparabrisas y agita su cola mientras me mira, percibo bajo el efecto de estas cavilaciones, como el anuncio de una profecía:
"Porque yo también se que como son sagradas las vacas y el pasto en el que pacen, los cielos claros sobre ellas y las firmes rocas, tan antigua es esta gloria, que no puede mucho tiempo estarse callada. Y todas las miserias del mundo de las cosas, los que las gobiernan y los que se benefician de ellas, hagan bien en temblar y salir de sus encierros, porque los campos nuestros ya están sedientos de lluvia".

Por sus frutos los conocerán

En la calle coloreada por el sol matinal de Julio, se detuvo frente a las torres de cajones apilados. Como en una pintura impresionista, tinturas de mil matices bailaban brillando y redefiniendo indefinidamente, valga la expresión, los contornos de cada elemento. El cielo en celeste y los ladrillos de marrón rojizo gastado; el asfalto gris y malva que surcaban las largas sombras color violeta de los árboles. Cruzó la calle para acercarse a los edificios de fruta prodigamente coloreados de naranja y rojo y tomando en su mano una de estas frutas se deleitó por un momento refrescando sus sensaciones y también su memoria. Se acercó a doña María aún algo abstraído.

- ¿Que buscabas?- dijo ella.

- Me olvidé María- dijo, provocando así la tenue respuesta de la buena señora en un asomo de sonrisa, y prosiguió- Buscaba algo de fruta, casi estoy seguro. Pero después pensé en los nombres de las frutas y uno llamó mi atención- comenzó razonando de atrás para adelante como aquel francés fanático, el personaje de los cuentos fantásticos de Poe-. Un nombre muy a propósito de algo que me había propuesto encontrar hace un tiempo: una expresión que se asemejara, pero fuera más noble que la de "juguete rabioso", que empleara Arlt.
La mujer lo miró fijamente con expresión impasible, como si el pequeño discursillo de su vecino no fuera otra cosa que un zumbido, como el de las moscas que revoloteaban sobre la mercadería, pues ya estaba acostumbrada a sus profundas meditaciones en alta voz.

- ¿Se acordó ya? - preguntó con simpleza.

- No María, perdón-

- ¿Tiene apuro don Julio?

- Tengo el día libre-

- Entonces, ¿podría decirme que es un "juguete rabioso"?, ¿Es cómo un ídolo malo... una de esas estatuillas africanas?

- Podría ser, sí. Pero hay algo más en el fondo. Algo menos maligno, más natural. Y menos espiritual, más humano. Por eso necesito una palabra distinta. ¿En que año vino usted al país María?-

- En el... noventa y cuatro creo porque la Vale tenía cinco, sí, noventa y cuatro.

- ¿Que hicieron antes de la verdulería?

- Mi marido trabajó como albañil, pintor, hacía changas. Nos arreglábamos.

- Y Fede nació en el noventa y seis-

- Sí, y ¡cómo corrimos en ese tiempo! Todas las semanas en el hospital, internaciones cada dos meses. Pensé que no iba a terminar nunca.

- Perdóneme, pero ¿en qué fecha falleció su esposo?

Ella dudó un instante y luego contestó: - Noviembre del dos mil seis, don. ¿Cuántas vidas tenemos don Julio? Me parece que no fuera yo misma, que son otras las Marías que pasaron eso que me pregunta. -

- Lo que pienso es que una sola vida tenemos. Que yo fui profesor, que fui periodista, vendí seguros, que yo viví en mil lugares distintos, que yo perdí aquel hijo con la única mujer a la que amé, que yo me alejé de ella, y las cosas que usted sabe, y otras más. -

- ¿Y eso le da pena?-

- Me hace sentir, igual que a usted, como roto. Desgajado es la palabra justa, ¿qué le parece? - Es cierto que suena a broma comparado con un juguete rabioso que es, según acordamos, un ídolo maldito, una fuerza revulsiva. Desgajado sería más bien una posibilidad chiquita, fresca y colorida, como una mandarina. Mil cosas que no controlamos parten nuestra vida en mil gajos. En cada gajo hay un hombre, o una mujer, transformándose, trabajando, cambiando su manera de pensar, adaptándose a veces y otras luchando. ¿Es eso tan malo María?

- Se ve jugoso- dijo ella riéndo, y luego añadió meditando: - Si alguien piensa que merece algo, que es dueño de algo, si se piensa que le andan debiendo, va a decir que es malo. Yo sé que no tengo nada y que no puedo tener nada don Julio, y pienso que está bien. Y por eso peleo siempre y no me doy por vencida.

- Los que se deslenguan contra la mediocridad y quieren alcanzar el trono, un cajón de manzanas en qué sentarse y sentir superioridad, una bolsa de papas con una corona de lata: ese es el gran ídolo de nuestro tiempo. Solo buscando poder. No soporta no poder. No soporta no poder solo y por eso desprecia también la política. Pero si vale la pena luchar María, eso es solamente porque no sabemos lo que va a pasar mañana. Disfrutar cada gajo entonces, es lo que yo digo, aunque esté abierto el corazón y desgajado.

- Entonces, ¿quiere mandarinas?

Reinos se levantan y reinos caen

¿Por qué caen los imperios? Muchos se han hecho está pregunta, sin duda. Lo hizo Nabucodonosor, lo hicieron los hijos de Alejandro Magno, ¿Menem lo hizo? Lo hizo el Japón y Quebracho también, Gorvachov y Luis XVI. A algunos les resulta imperioso saberlo, para defender sus privilegios; a otros para hacerlos caer.

Al respecto, puede resultar curioso analizar la caída de uno de los grandes imperios de la historia humana, el mayor de todos en extensión, y quizás el mayor de todos en el arte de revolucionarlo todo. El Imperio británico.

Aparentemente, todo viene a indicar que el hecho fundamental que tuvo por efecto la degradación final de la Britania y el ascenso del actual gran Imperio, Estados Unidos, consistió apenas en un error pequeño, en una imprevisión. No sería justo minimizar en este terrible resumen, la mediación de la guerra fría que polarizó el mundo antes de estos días.

Pero volviendo a lo que nos ocupa, corría el año 1810 y aún se vivía el impulso de la primera revolución industrial. Bajo su influjo, el viejo Durand, un comerciante entusiasta que había hecho fortuna durante la última década de las luces, desarrolló un magnífico invento. Pergeñó el viejo un artefacto de hierro que prometía hacer perdurar su fortuna. Mejor que eso, prometía su invención hacer duraderas las bases mismas de sus riquezas.

La aplicación práctica de los simples conocimientos físicos, se nos ha dicho en los manuales escolares, fue la clave de los adelantos técnicos de la época. Pero no se ha insistido tanto, quizás, en otra clave: toda esa técnica, y toda esa ciencia, y todas las promesas mecánicas, si aseguraban la fortuna a Durand, resultaron ser poca cosa para asegurar la fortuna del país.

El pequeño- aunque por esos tiempos gran- invento era nada más y nada menos que la lata de conserva. La grandiosa lata que el tío Sam le enviaría a PopEye, la grandiosa lata que estamparía Warhol in your face. Una lata, maravilla moderna.

Carne enlatada para aquí, y carne enlatada para allá. Siete años después se encontraba Peter Durand exportandola a los Estados Unidos de América. El negocio creció, y creció concomitantemente su ya abultada fortuna. El poderío mismo del Imperio pasó a depender de las inmensas fábricas que instaló nuestro inventor en Liverpool. Se cuenta de un noble galés quién quitó el león rampante de su escudo, para plasmar un tarro de hojalata en el centro del mismo.

Pasó el tiempo y murió Durand rico y poderoso. Años más tarde, aceitados ya los engranajes de las segunda revolución, y habidas muchas crisis a lo largo y ancho de Europa, se desataría a este lado del Atlántico una sangrienta guerra. La Guerra de Secesión, en que la unión se vió envuelta, enfrentada por serias divisiones. Allí, cincuenta y un años después de que el viejo inventara la lata, se comprendió que el olvido - o la imprevisión más bien- de un minúsculo detalle puede echar por tierra las aspiraciones más altas de progreso del hombre.


Sucedió algo francamente maravilloso, pues los soldados que se hallaban en el frente de batalla, fatigados y hambrientos, recibían latas de conserva provenientes de Liverpool. Ellos realmente necesitaban, desesperadamente necesitaban esos alimentos asi conservados, los únicos que podían llegarles hasta las líneas del frente, fácilmente trasportables. Pero se dieron cuenta en su premura, cuando se vieron en la necesidad de hacerlo, que no tenían manera de abrir las latas.

Muchos hubo que, en la locura propia de la guerra, comenzaron incluso a imaginar que no había nada dentro de las latas. Desesperados, como ya he dicho, intentaban casi siempre en vano abrir las latas con sus bayonetas, con piedras y sables. Estos intentos, incluso cuando tuvieron relativo éxito, dieron lugar a una multitud de situaciones por demás dramáticas. Soldados expuestos ante el enemigo, con su bayoneta clavada en una lata. Soldados que, exhaustos de fracasar, arrojaban latas al enemigo con sus cañones. Soldados que arrojaban cañonazos de latas contra las rocas, en la esperanza de alimentarse.

Como se sabe hoy, nadie podía imaginar antes que tal desastre mediara, imposible era concebir entonces si aún a nosotros nos resulta difícil, lo fundamentalísimo que resulta un abrelatas. Fue a partir de que un paisano de los estados del norte de la unión patentara el primer abrelatas, que el mundo entero dio un vuelco. No hace falta que de más la lata, pues obviamente este hecho fue decisivo en la resolución del conflicto armado, y luego para dañar de muerte al orgullo británico y todo su poderío y para encumbrar finalmente a la potencia mundial que hoy por hoy extiende sus garras sobre el mundo.



gracias Phedor!

DE POR QUÉ DAR LA VUELTA AL VERSO

Claro que es necesario contar con medios tecnológicos adecuados, con recursos económicos abundantes, y con experiencia sistemática para construir un gran compendio, de particular belleza, que a un tiempo nos recuerde a la tierra y nos aleje de ella. Algunos han objetado que un proyecto así no presenta un gran contenido artístico, y en verdad parece tener más relación con otras actividades que desarrollan los hombres, nada artísticas. Pero si el proceso no parece artístico, es inobjetable, en cambio, su producto. Abismal profundidad de lo cotidiano, fántasticos hilos de hombres deslizándose, encuentros íntimos de paisajes distantes, dinámicos flujos sobre horizontes estáticos.
Pero el punto crítico de la propuesta es, en mi opinión, su sentido profundo, su efecto duradero. La tierra vista desde el cielo, la reconocida obra del fotógrafo francés YannArthus Bertrand, recuerda aquella masa de ideas, aquel conjunto de proyectos confluyentes o contradictorios, pero que compartían un núcleo. Recuerda unos sueños -o unas pesadillas - del hombre, a los que de común llamamos modernidad. Representa la perspectiva aérea en su máxima expresión, la exacerbación del sentido de la distancia, la objetividad pura, la mirada de Dios.

Aqui veo yo el punto decisivo. Y aqui se vuelve interesante la contrapropuesta: enfocar la cámara al cielo, al cielo abierto, amplio, infinito, insondable. Dispararle desde una pequeña porción de tierra. Tierra pobre, tierra dividida, tierra propia, ajena, de nadie, tierra sucia, tierra hermosa, tierra y roca, tierra y vidrio, o chapa, tierra y arena. Atrapar lo insondable con una mano, atrapar en el aire al viento. La mirada del hombre que se vuelve a Dios.